Ahora, la luz natural. La fachada del edificio proyecta una sombra en continuo crecimiento y las casas más lejanas aún permanecen y luchan por quedarse. No quiero que se queden, quiero que termine esta tarde. Y la de mañana. Y la siguiente y la siguiente. Amar la elipsis, avanzar de forma no lineal, retroceder de forma no lineal. Jugar a las películas, aprender a dramatizar, discriminar lo inútil. Saltar por el balcón sería un perfecto final. Pero saltar como Wendy o dejarse mojar como Olga Stapels. Alguien hace sus compras en el supermercado, alguien dice lo que yo no digo, alguien se estremece en el mismo momento que yo, alguien ríe, alguien tiene hambre, alguien sueña. Alguien está muriendo. Imagino una mujer, de pie, sin rastro de otoño, dentro del río, con el agua a punto de las rodillas. La sombra avanza deprisa y pienso en los lugares que desde aquí no puedo ver, en qué instante serán engullidos, en la importancia de la perturbación, en los descuidos, en las anomalías, en la disposición de las cosas el último agosto. La mujer escucha una voz: no podrás recordarlo todo — pero para qué insistir en el diagnóstico—. La tierra tiembla y el agua no se mueve. El escepticismo ha muerto. Sin luz todos somos iguales. Recuerda esto; recuerda la importancia de la luz y su reflejo.
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